Resumen de la sociedad española de oncologia medica.
El tiroides es una glándula localizada en la parte anterior del cuello, por delante de la laringe, con forma de mariposa y formada por dos lóbulos unidos en el centro.
Normalmente el tiroides no se palpa. (Fig. 1)
Fig 1. Tiroides
La función del tiroides es la producción de hormonas que intervienen en el metabolismo del organismo. Produce tres hormonas: T3, T4 y Calcitonina. Para ello precisa Yodo (I) que debe ser aportado a nuestro cuerpo desde el exterior.
El yodo se encuentra en el agua de mar, las algas y en los vegetales. Una dieta variada y rica en frutas y verduras suele incluir la cantidad necesaria de Yodo para un correcto funcionamiento del tiroides.
Existen algunas zonas geográficas en las que el Yodo aportado en la dieta es insuficiente, produciéndose aumento del tamaño del tiroides (bocio) en más población de la normalmente esperada.
La glándula tiroidea tiene dos tipos de células, produciendo dos tipos distintos de cáncer:
- Células foliculares: producen las hormonas tiroideas (T3 y T4), segregan una proteína característica llamada tiroglobulina
- Células C, productoras de calcitonina
En la parte posterior de la glándula tiroidea se encuentran alojadas las glándulas paratiroides, encargadas de la regulación del metabolismo del calcio y fósforo a través de la secreción de una hormona llamada PTH (hormona paratifoidea). Su importancia en este contexto radica en que durante la cirugía del tiroides pueden extirparse de forma accidental.
El cáncer de tiroides es un tumor raro, constituye menos del 1 % de las neoplasias malignas, aparece entre de 2 y 20 casos por 100.000 habitantes y año. En España 5 casos/100.000 en mujeres y 1,9/1000.00 en hombre.
Es la neoplasia endocrina más frecuente (90 % de todas las neoplasias endocrinas), y la principal causa de muertes de todos los tumores endocrinos.
Su aparición suele ser en la edad media de la vida, dependiendo de los distintos tipos. Es la neoplasia endocrina más frecuente (90 % de todas las neoplasias endocrinas), y la principal causa de muertes de todos los tumores endocrinos. La incidencia de este tumor ha aumentad en los últimos años pero la mortalidad se ha mantenido estable. Se han visto diferencias geográficas, siendo en las zonas deficitarias en Yodo mayor la frecuencia de los carcinomas foliculares.
La causa del cáncer de tiroides no se conoce; la mayoría de las personas diagnosticadas no tienen ningún factor de riesgo conocido. Sin embargo, existen algunas circunstancias en las que se ha visto una frecuencia más elevada.
Las más importantes son:
- Exposición a radiaciones ionizantes:: Es el factor etiológico más reconocido, especialmente si la exposición tiene lugar en la infancia .Se ha observado tras la exposición con fines terapéuticos (radioterapia) o por cercanía de fuentes radiactivas exógenas medioambientales (accidentes nucleares). Las personas que han recibido radioterapia en la cabeza o en el cuello, incluso décadas antes, tienen un riesgo aumentado de cáncer de tiroides hasta 50 veces superior al de la población general. Esto se suele ver en algunas pacientes curadas de cáncer de mama o de linfomas tratadas años antes con radioterapia.
- Factores genéticos: existe un tipo de cáncer de tiroides, el carcinoma medular, que presenta una forma familiar en un 25 % de los casos. No obstante, este es el tipo más raro de cáncer de tiroides. El carcinoma papilar puede ser también una manifestación de varios síndromes hereditarios como son el síndrome de Gardner o la enfermedad de Cowden.
- Dieta baja en Yodo: se relaciona con los tumores papilares y foliculares.
- Sexo y edad: son más frecuentes en mujeres con edades comprendidas entre 30 y 50 años. Parece relacionarse una mayor incidencia de este tipo de cáncer en mujeres con la historia reproductiva y el uso de anticonceptivos orales.
El síntoma más frecuente del cáncer de tiroides es la aparición de un nódulo en la parte anterior del cuello, que puede ser visible o palpable.
Generalmente suelen ser asintomáticos, pero en procesos avanzados se puede asociar a síntomas como dificultad para tragar, dolor en la parte anterior del cuello o ronquera por afectación indirecta de las cuerdas vocales.
La mayoría de los nódulos tiroideos son benignos, pero la única forma de tener certeza es analizando las células del mismo.
La sospecha de un cáncer de tiroides comienza con el hallazgo de un nódulo en el tiroides. La mayoría de estos nódulos son benignos y no corresponden a patología tumoral; algunos no requieren salvo seguimiento estrecho.
En aquellos casos en los que exista sospecha de cáncer de tiroides se deben realizar las siguientes exploraciones:
1. Ecografía tiroidea: es la prueba estrella para el estudio del tiroides. Es una exploración indolora que permite medir el tamaño del tiroides, el número de nódulos que contiene, el tamaño de éstos y la composición de los mismos. También nos permite ver si hay alguna estructura más afectada en el cuello. Nos orienta sobre la necesidad de realizar o no más pruebas.
2. Análisis de sangre: se miden los niveles de hormonas tiroideas (T3, T4 y TSH) y tiroglobulina. Esta última sólo se produce en las células tiroideas por lo que sólo se eleva en las enfermedades tiroideas. Es importante para el seguimiento de los pacientes diagnosticados de cáncer de tiroides, ya que una elevación de esta hormona, puede indicarnos la presencia de células tumorales viables y por tanto de restos de tumor.
3. Punción-aspiración con aguja fina( PAAF): Una vez que tenemos un nódulo tiroideo identificado con ecografía, debemos analizarlo. Esta técnica consiste en la obtención de células a través de una aguja muy fina mediante aspiración para después observarlas al microscopio. Es una técnica poco dolorosa y rápida de realizar, con muy pocos efectos secundarios. Su precisión diagnóstica es del 90 % para las lesiones benignas y del 60-80 % para las malignas. En ocasiones el resultado puede ser no concluyente por lo que puede ser necesario repetirla.
4. Biopsia: algunas veces, las células que se obtienen por punción no son suficientes o definitivas para el diagnóstico y es necesaria una muestra más grande que consiste en la extirpación de la zona sospechosa para su posterior análisis. Es un procedimiento más complicado que requiere anestesia y produce más molestias por lo que únicamente se realiza en casos difíciles de diagnosticar mediante otras técnicas.
5. Gammagrafía tiroidea: es una prueba específica para el estudio de la patología tiroidea y mide su funcionamiento como glándula. Consiste en la administración de una sustancia radioactiva (generalmente Yodo-131) por vía oral o intravenosa. Permite la diferenciación entre nódulos no funcionantes, llamados “fríos” y los funcionantes o “calientes”: los nódulos “fríos” tienen mayor riesgo de malignidad. (Fig. 2).
Fig. 2. Gammagrafía tiroidea
Una vez diagnosticado un cáncer de tiroides se completa el estudio de extensión con un TAC toraco-abdominal y en aquellos pacientes con dolores óseos se realiza una gammagrafía ósea que permite descartar metástasis óseas.
Hay cuatro tipos fundamentales de cáncer de tiroides que se comportan de forma diferente.
1. Carcinoma papilar de tiroides: es el tipo más frecuente, representa entre el 80 y el 90 % de los casos. Se origina a partir de las células foliculares del tiroides. Se presenta como un nódulo tiroideo solitario, aunque en 35-45 % de los casos se puede asociar a metástasis de los ganglios linfáticos. Su incidencia es mayor en la mujer y en pacientes con antecedentes de irradiación cervical. Sólo en fases avanzadas, después de años de evolución, suele producirse invasión de estructuras vecinas y metástasis a distancia, siendo muy rara su diseminación por la sangre (a los pulmones).
2. Carcinoma folicular de tiroides: representa entre el 5 y el 10 % de los tumores de tiroides, su comportamiento es más agresivo que el del carcinoma papilar, pudiendo metastatizar hasta en el 30 % de los casos. Es también más frecuente en mujeres (2-3:1). La edad de aparición es un poco más alta siendo típico de lugares donde existe bocio endémico. Con frecuencia es difícil de distinguir del tiroides normal y una vez que se ha extirpado la mitad del tiroides y se ha analizado, se puede saber con certeza que es un tumor maligno y en ocasiones es necesario reintervenir para quitar todo el tiroides. Clínicamente se presenta de forma similar al papilar como un nódulo tiroideo indoloro sobre una glándula sana o sobre un bocio multinodular.
3. Carcinoma medular de tiroides: supone alrededor del 5 % de los tumores de tiroides. Es un tumor neuroendocrino que deriva de las células C, productoras de calcitonina. Esta hormona se encarga de la regulación de los niveles de calcio en sangre. El 80 % son esporádicos, sin embargo, un 20 % de los tumores de este tipo se asocian a un síndrome hereditario que se asocia a otros tumores endocrinos (Neoplasia Endocrina Múltiple o MEN 2). Los casos esporádicos suelen presentarse en la quinta-sexta década de la vida con un discreto predominio femenino. Su forma de presentación más común es como nódulo solitario tiroideo. En la mayoría de los pacientes con CMT, la enfermedad ya se ha diseminado en el momento del diagnóstico. El 50 % de los casos presenta signos clínicos de afectación linfática cervical y el 5 % presenta enfermedad diseminada multifocal. Los síntomas son causados por la secreción de calcitonina y otras sustancias. Esto puede provocar diarrea, flushing (enrojecimiento facial) y en ocasiones puede producir un cuadro endocrino más complejo denominado síndrome de Cushing.
4. Carcinoma anaplásico de tiroides: es el subtipo más raro y se asocia a mal pronóstico y rápida evolución. Es el más agresivo de todos los tumores tiroideos. Ocurre con una frecuencia del 5-10 % de todas las neoplasias tiroideas y menos del 10 % de los pacientes tratados sobreviven a largo plazo. Aparece entre la séptima y la octava década de la vida y es extremadamente raro en menores de veinte años. Es más frecuente en mujeres con una proporción 3:1. Clínicamente se caracteriza por una masa en la región anterior del cuello de rápido crecimiento acompañado de síntomas de compresión de las vías digestivas y aéreas superiores produciendo dolor cervical, disfonía y disfagia por invasión tumoral difusa de estas estructuras. Esta invasión limita el papel de la cirugía que suele ser paliativa, reductora de masa y casi nunca radical. Se considera estadio IV desde el diagnostico basado en su histología y comportamiento biológico. Poseen capacidad de diseminación por todas las vías, estando presentes metástasis ganglionares cervicales y metástasis a distancia entre el 18 y 50 % de los casos al diagnóstico. Las localizaciones metastásicas más frecuentes son los pulmones (90 %), el hueso (15 %) y el cerebro (15 %). Son características las metástasis cutáneas, apareciendo frecuentemente en el cuero cabelludo. Es un tumor con nula o escasa respuesta al tratamiento, pero en aquellos pacientes en los que sea posible la resección quirúrgica se debe realizar (tiroidectomía total y linfadenectomía).
La supervivencia global a cinco años está en torno a 96,9 %, siendo 99,7 % para estadios localizados y de 57,8 % para estadios avanzados; esta puede variar en función de varios factores:
1. Tipo histológico: la supervivencia de los carcinomas papilares a los 10 años está entre el 80 y 95 %, mientras que en los foliculares oscila entre el 65 y 85 %. Sin embargo rara vez se consiguen supervivencias a mas de 2 años en los carcinomas medulares y anaplásicos.
2. Edad: es el factor más importante en los carcinomas diferenciados, ya que por debajo de los 40 años son pocos los pacientes que fallecen a consecuencia del tumor pero a partir de los 50 años la curva de supervivencia desciende bruscamente
3. Sexo: no parece tener mucha relevancia aunque la mortalidad global es discretamente más elevada en varones.
4. Estadio local: su influencia es muy importante, ya que la mortalidad de los tumores menores de 2 cm es prácticamente nula, y aumenta progresivamente según exista afectación de la cápsula ganglionar.
5. Metástasis a distancia: su comportamiento es más benigno que en otros tumores de cabeza y cuello. Se ve influenciado por la edad, así no es infrecuente supervivencias mayores de 10 años en pacientes menores de 40 años, exceptuando los tumores medulares y anaplasicos.
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